miércoles, 9 de enero de 2008

Pavarotti, mi macho perdiz.


Mi amigo Juan (de los Castaños), me preguntó si me gustaban las perdices, y le contesté que no solo me gustaban, sino que es el único pájaro que me deleita con su canto. Me regaló a Pavarotti.

Mi abuelo me llevaba al "puesto", para que viera "in situ" lo que puede hacer una perdiz, en época de celo, como puede llamar sin cesar, a hembras que buscan pareja. En un principio, creía que su único objetivo era ese y disparar de vez en cuando, pero en su momento descubrí, que lo que quería, es que le liara los cigarrillos. El frío y la edad, no le permitía liar el tabaco con soltura.

Allí estaba yo liando cigarros y encendiéndolos, para mi querido abuelo Pepe. Y allí descubrí, la belleza del canto de la perdiz. Frías madrugadas, fríos atardeceres llenos de ternura y brutalidad.

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